martes, 11 de febrero de 2014

Programación: 1984: Aquella extraordinaria aventura

Blue Bash by Jimmy Smith on Grooveshark
Diseño y edición: Gráficas Colomer

Sin dudarlo: una de las mejores y más celebradas fiestas que se ha dado el Jazz en Albacete y por el cartel de músicos, uno de los más completos. También un histórico del disparate y la anécdota. El V Festival de Jazz de Albacete fue toda una aventura.

La figura de Javier Estrella en el INAEM ya era determinante para la localización de grandes músicos que visitaban España esos días. En algún caso, su mediación fue decisiva y su disposición económica (las subvenciones municipales) francamente agradecidas, aunque, todo hay que decirlo, nosotros nos embroncamos más de una vez con el promotor acusándole de rata, “rata de despacho que sólo ofrecía limosnas a los pequeños ayuntamientos” y en eso del jazz, Albacete era entonces “un pequeño ayuntamiento”. Pero el listado que el directivo ofrecía para los primeros días de noviembre era embaucador e irresistible: entre otros, Gerry Mulligan, Tommy Flanagan, Jimmy Smith y Ahmad Jamal. Ahora, en la distancia, con la cordura y mesura que dan los años, sigo pensando que aquella oferta era un autentico caramelo y, por supuesto, para un festival que sólo llevaba cuatro años en danza una barbaridad. Me alegro ahora un montón de haberme tirado a la piscina aquellos días sin flotador y con sólo cuatro pequeñas lecciones de supervivencia. Pero no todo iba a estar resuelto con aquel cartelón. Faltaba un poquito de mogambo, un crujir de huesos y más de un revolcón. L'aventure, c'est l'aventure.

Y aquella aventura tuvo dos inicios caóticos:
Uno. El Cine Carlos III (empresa privada, no olvidemos) que tan buen papel había hecho en la edición de 1983, sala grande espaciosa para el ir y venir de asistentes y bailongos, un escenario impecable y voluminoso, sólo disponía de dos fechas para celebrar la organización de un festival que había contratado cuatro. La primera en la frente. Los días comprometidos con los músicos eran jueves, 1 de noviembre, viernes 2, sábado 3 y domingo 4. Pues bien, aquel fin de semana, días 3 y 4, el Carlos III lo tenía asignado con mucha antelación a Lolita Tovar y sus Vedettes Supersónicas, con la colaboración especial de Paquita la Baturra y el cómico internacional Manolito Iglesias. Lo más de lo más. No había discusión. Ante ése cartelazo que auguraba un lleno total en las cuatro sesiones contratadas (dos diarias) no había dinero en el mundo que pudiera compensar el previsible taquillazo y menos aún con cuatro negros tocando el saxofón. En unos días hubo que buscar un aforo posible para las actuaciones de Jimmy Smith, que por cierto tocaba el órgano y la del “desconocido” pianista Ahmad Jamal, que además llegaba con un negrito que le daba golpecillos con dos mazos a una gigantesca palangana de acero llamándole a aquel prodigio, originario de Trinidad y Tobago, steel drum... nada menos.
Plaza de las Carretas, al fondo el futuro Cine Carretas
La solución fue negociar con el Cine Carretas, otra empresa privada, que por aquellos días ya estaba pensando en cerrar, hasta el punto en que uno no sabía exactamente cuando iba a aquel cinematógrafo qué se iba a encontrar, si las películas anunciadas, otras improvisadas, o un candado de correccional para ahuyentar curiosos. Los propietarios accedieron ofrecer el alquiler del cine como mucho dos días, justo los que necesitábamos para aquel fin de semana histórico. De manera que, definitivamente, los escenarios se repartieron: los dos primeros días en el Cine Carlos III, los dos restantes en el Cine Carretas. Por lo visto, hasta entonces, en la mente de los municipales franquistas no había habido otra alternativa para espectáculos en Albacete que el parque de los Martires o la Caseta de los Jardinillos. A la que llegara el invierno todo el mundo al cine, pensaban.

Gerry Mulligan
Dos y chungo. Una vez que los carteles y programas ya estaban en la calle y desde la radio yo lanzaba proclamas para que estos se leyeran con atención (ya se ha contado... dos días aquí, dos días allí...) llega el batacazo del primer día, a las tres de la tarde y esperando que llegue la primera formación para la prueba de sonido con el gran Gerry Mulligan al saxo barítono, Bill Mays al piano, Frank Luther al contrabajo y Richard de Rosa a la batería. Una llamada telefónica desde Madrid a mi emisora de entonces, Antena 3, me comunica la imposibilidad absoluta de que Gerry Mulligan pueda actuar en Albacete. El célebre saxofonista de Long Island había tenido un pinzamiento en la espalda la noche anterior actuando en Tenerife que le tenía desde entonces postrado en cama sin poder moverse ni para agarrar la botella de Bourbon de su mesita de noche. Fotut. Liquidado. Inmóvil. Fuera de juego: Suspender. Sin tiempo a pensar en las consecuencias del putadón telefónico, lo primero que se me ocurre es evitar la suspensión con una sustitución de urgencia. Sólo faltaban siete horas para la actuación, las que tenía para que los madrileños me buscaran algo en la villa (ahora pienso en que la sustitución debía de ser muy grande para suplir a un monstruo como Gerry Mulligan; en caso contrario, cómo se lo explica uno a los asistentes desde el escenario sin que te caiga encima el sobrante de la última cosecha tomatera de Liétor). Esas horas, las cuatro de la tarde, las cinco, transcurrieron pegado al teléfono esperando noticias ya con el estómago algo revuelto.
Desde la oficina de Estrella me llaman por fin para comunicarme que hay una remota posibilidad de salvar el bochorno. Se trata de la macrobanda del percusionista neoyorquino Ray Barretto, un tipo que entonces se paseaba triunfalmente por casi todos los créditos discográficos del emergente Latin jazz de la Gran Manzana e incluso con intervenciones espectaculares en grabaciones de algunos de los más grandes jazzistas de la historia: Cannonball Adderley, Kenny Burrell, Lou Donaldson, Red Garland, Dizzy Gillespie, Freddie Hubbard o Wes Montgomery. El problema es que aunque la fecha del 1 de noviembre la tenía libre, precisamente por ello la banda en esos momentos estaba desperdigada por la capital del reino tratando de descansar (en el mejor de los casos) o visitando las mil delicias gastronómicas que ofrece habitualmente la capital del reino. Para una banda con muchos orígenes puertorriqueños aquello no era precisamente una esperanza de salvar el Titanic, mas bien era una amenaza de hundirlo para siempre. Con muchos ruegos y súplicas la cosa se solventó y de los catorce integrantes de la banda se pudo rescatar de los fogones y las hamacas a once músicos, incluido por supuesto la estrella, Ray Barretto. Tres se perdieron en la paz de nuestros días. El autobús con los integrantes del gran combo nuyorican llegó a Albacete a las nueve y media de la noche. A las diez montaron y a las once (media hora después del horario anunciado) comenzaron el gran show.

Las actuaciones
Ray Barretto 
Lo de Ray Barretto fue lo más parecido a la Fania All Stars que nosotros habíamos escuchado hasta entonces... en discos. Jamas habíamos vivido en directo un show remotamente parecido. Barretto había tocado sus tambores muchos años en la banda de Tito Puente, grabado con Celia Cruz y, en definitiva, era un miembro estable de la propia Fania All Stars.
 Hubo un detonante decisivo para la fiesta final que yo mismo utilicé como argucia desesperada, siempre con la obsesión de que al final pocos se acordaran, era difícil, de la ausencia esa noche de quien hubiera tenido que ser su dueño, Gerry Mulligan. Resulta que, precisamente aquel día, se casaba en Albacete una joven profesora cubana, Estela Molina, cuya familia ejercería en el futuro una gran influencia en mi y en la mía propia desde entonces. A la boda asistieron todas las gentes del lugar... pero del lugar americano. Cubanos procedentes de la misma isla caribeña, de Miami, de Los Ángeles, de Nueva York... Pensé, y no me equivoqué, que qué fiesta hubiera sido mejor para los visitantes del otro lado del Atlántico para abrir boca en el bodurrio que un concierto de Ray Barretto y su combo latino en vivo y en directo y así se lo hice saber a León, Flora y Silvia, hermanos de la novia, dándoles todas las facilidades para su acceso al Carlos III (una de las ventajas que siempre tuvo aquel bendito aforo). León, que por aquel entonces trabajaba conmigo en Antena 3, se puso las pilas y al acabar la ceremonia y los primeros agasajos se fueron todos al concierto. Llegaron tarde, pero llegaron y su entrada en el cine fue fastuosa porque en esos momentos la dinamita de Ray Barretto ya estaba servida y los pasillos del cine terminaron convirtiéndose en la celebración de un ritual caribeño de muchos quilates y como no de la misma boda, con saludo had-hoc del mismísimo Ray Barretto que desde el escenario se había dado cuenta de que aquello era algo más que un frenesí. Un fiestón. Una noche inolvidable. Un problema salvado más que dignamente. A Gerry Mulligan nunca se le vió en la ciudad. Vaya.

Tommy Flanagan Trio
Con los ánimos calmados y los problemas resueltos ya hay que señalar que el resto del festival de 1984 discurrió sólo con las benditas actuaciones de los músicos comprometidos sin ninguna incidencia desagradable. El viernes día 2 el Carlos III recibía la visita de un Tommy Flanagan imperial. Elegante y ceremonioso, el pianista ofreció un concierto soberbio. Bien es verdad que sus dos acompañantes también formaban parte de la misma estirpe aristocrática del jazz: Georges Mraz al contrabajo y Art Taylor a la batería. Con un depurado estilo lírico y melódico del be-bop Flanagan ofreció una auténtica lección de swing, una master-class delicada y sutil. Un experto en la creación de instantes superiores, acostumbrado mucho tiempo a acompañar a Ella Fitzgerald o a haber metido las manos en el inconmensurable Giant Steps del 59 de John Coltrane. Un maestro, él y sus compinches que también alardeaban de una prolífica historia. Aquel recital de bop clásico de Tommy Flanagan constituyó el sedante que uno buscaba ante todas las tensiones sufridas en los prolegómenos. Aplausos respetuosos, silencios admirativos y la sensación de haber vivido algo especial fue lo que uno recuerda a la salida de aquella distinguida sesión de jazz.

Jimmy Smith
Al tercer día... todos fuimos al Carretas. Ruinoso, con unas butacas para acomodar elefantes y un vestíbulo digno de aldea (eso sí, con las fotos de los héroes cinematográficos de los años 50 en sus paredes) nos recibió Jimmy Smith, el organista más grande de la historia del jazz moderno. Fue, en realidad, el primer músico que consideró el órgano electrónico, el Hammond, como un medio nuevo en el jazz, completamente distinto del piano y del órgano clásico, el de iglesia, y al valorizar su componente electrónico, lo hizo aceptar sin reservas en el mundo del jazz (quién da primero da dos veces). The Incredible -como se le llamaba en aquellos sus años de esplendor- estuvo sobrio y relumbrante a la vez. La única referencia en vivo que teníamos los españoles del órgano Hammond correspondió siempre al gran Lou Bennet, pero Smith había sido su maestro tutor y demostró porqué. Aquella noche del Carretas le acompañaron Terry Evans a la guitarra (otras muchas veces había sido Kenny Burrell) y Melvin Lee a los tambores (Philly Joe Jones, el del Milestones, tambien fué colega suyo mucho tiempo). Otra lección de jazz, esta vez más modernizada y de nuevo la impresión de haber asistido a algo grande e irrepetible. Recuerdo, como anécdota, el comentario de un aficionado que escribía para uno de nuestros diarios sobre el festival: “Esto de jazz tiene poco. Y además se le ve acabado”. Sí, Jimmy Smith se acercó aquella noche descaradamente a un estilo que cultivaba habitualmente, el rhythm´n´blues, y que al año siguiente le sirvió al productor Quincy Jones para introducirlo como parte fundamental del disco Bad, de Michael Jackson: el solo de Hammond del célebre tema de Jacko es del mismo Jimmy Smith. Todo aquello le lanzó de nuevo al estrellato desmintiendo categóricamente a nuestro Truman Capote doméstico.

Ahmad Jamal
En la cuarta y última jornada de aquel accidentado y glorioso festival aterrizó en el cine Carretas -la gaveta magnética- otro clásico: el pianista Ahmad Jamal, un rompedor de estereotipos, un innovador y, en cierto modo, un revolucionario del jazz. No hay discos iguales de Ahmad Jamal, no hay un estilo definido. Jamal es un vanguardista de conciencia y obra. Busca siempre instrumentaciones que rompan esquemas. Es de esos tipos que no contemplan la palabra jazz en su diccionario, sustituye el término por el de “la música del siglo XX”, como muchas veces hemos dicho. El concierto de la noche del Carretas fue así: rompedor, extravagante, abierto y, desde luego, exhibicionista. Se trajo para la ocasión a James Canmack al contrabajo, Larry Buglet a la batería y a Othello Mollineaux a la steel drums, ese artilugio antillano escuchado en infinidad de discos que antes describíamos con cierta sorna. Entregó en sus interpretaciones el álbum Digital Works (1985), que estaba por estrenar, en el que ofreció toda su gama de sensaciones personales e innovaciones. Fue un concierto exótico, africano, de una belleza extrema. Aún recuerdo su versión del Black Cow de Steely Dan. Otra soberbia lección de genio que quedaría para los anales del festival.


Ray Barretto murió en febrero de 2006
Tommy Flanagan murió en noviembre de 2001
Jimmy Smith murió en febrero de 2005

con Jimmy Smith en el Cine Carretas. Foto de Juan Carlos Gea

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